18/5/2014
Libro
La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidadUlrich BeckPaidós Ibérica2006

No hay riesgo de una nueva vanguardia

Por Lola Long

Ulrich Beck ha denominado sociedad del riesgo a esta sociedad contemporánea, porque exalta y recompensa hasta tal punto la creatividad, que se encuentra saturada de arte. La clase creativa funciona gracias a su potencia de invención y, en general, la innovación se ha convertido en la (única) norma productiva. Sin embargo, se niega la existencia de una verdadera vanguardia, tanto política como artística; sólo se acepta como tal al proceso de globalización bucle. En esta sociedad de movilidad e intercambio, donde parecería que las posibilidades de cohesión crecen, Brian Holmes declara que ocurre justo lo contrario: un riesgo creciente de fragmentación.

La sociedad global del riesgo aprovecha toda forma de inestabilidad y calcula sus beneficios o pérdidas potenciales. Consultores de gestión del riego, aliados con compañías de seguros y mercenarios, proponen su cálculo a las corporaciones; también desde la sociedad civil más educada y, obviamente, desde el sector financiero, fuerza del desarrollo global a pesar de sus tumultuosas oscilaciones.

La clase creativa como capital humano

Si la figura del artista ha emergido como ideal subjetivo de esta sociedad, no es sólo porque se necesite producción estética para maquillar la depredación con brillo y espectáculo; también es, sobre todo, porque el artista parece abrazar la inestabilidad a nivel psíquico y escapa a sus momentos de riesgo subjetivo mediante la conversión de esa imagen en un producto terminado, en una mercancía, por ejemplo. Después, la expresión de tal mercancía artística se convierte en fuente de inestabilidad psíquica para otros, relanzando el ciclo productivo entre las clases creativas (nuevo nombre para las mutadas clases medias del primer periodo keynesiano).

Mediante ese continuo riesgo y cosificación del ser, el artista es capaz de  lograr un beneficio desde las curvas oscilantes de su subjetividad, reinventándose como ‘capital humano’. Es en este manantial del poder de invención donde se necesita la ruptura.

La estrategia del objeto trágicamente incompleto o fragmentado, la imagen de la totalidad rota, concebida como espejo de subjetividad –o sea, la estética de Adorno– no contradice la corriente normativa y principal de la producción artística en esta sociedad del riesgo. Porque ya no vivimos en el mundo keynesiano de los años 50, cuando la población de las naciones más desarrolladas estaba siendo inmovilizada por la producción sin sentido y el consumo pasivo. En esa época se podía denunciar la gran obra de arte modernista como imagen pacificadora de un todo narcisista: el último y degradado sucedáneo de la armonía burguesa. Hoy en día las citadas poblaciones y las élites de los países menos desarrollados están siendo movilizadas para intensificar la conquista del imperio global. En esta situación, la mercancía estetizante, producida mediante el poder de la invención, cumple su función de inquietante y estimulante fuerza: como un subidón de speed o, mejor aun, una raya de coca para las clases creativas. La cuestión es cómo ir más allá de su repetición febril.

Una caja de herramientas computerizada

La formación de una vanguardia autónoma se caracteriza por la ruputura con las convenciones establecidas de ‘arte’ y ‘política’, dándose prioridad a la experimentación, la renovación de la percepción y la expresión, la aspiración constructiva y al deseo de otra (nueva) vida. El típico error historicista, cuando se trata de evaluar las condiciones de una vanguardia política y del arte, es pensar en la burguesía, y en la clásica cultura burguesa, como lugar para la ruptura. Hoy en día, la clase dominante en el mundo, política y culturalmente, ya no es la burguesía europea con su estética de la Ilustración, sino la tecnocracia imperial americana del naciente gobierno mundial que surgió con el modernismo y la modernización industrial. Desde la IIGM, y el colapso final de la hegemonía Occidental, las técnicas radicalmente simplificadas del reduccionismo científico y el arte abstracto, en los que se basa la subjetivización moderna, han hecho posible la expansión del nuevo imperio americano a una velocidad de vértigo, al extender su caja de herramientas computerizada alrededor del globo, duplicando en el proceso la mano de obra capitalista, conseguiendo una mayor desterritorialización que la que causó la burguesía colonial europea durante cuatro siglos, y emprendiendo una guerra civil planetaria, cuyo nombre equivocado es ‘terror’ (la ‘guerra contra el terror’). Y todo en menos de 20 años.

En esta ‘segunda modernidad’, el éxito del proyecto de la modernidad altera el propio entorno en el que tiene lugar, produciendo efectos colaterales de riesgo incalculable. El arte ya no trata de la obra, de la misma manera que la política ya no trata del partido. Ambos dominios están totalmente bajo control, son categoríaszombi. Tenemos que mirar, en cambio, a situaciones, a conjuntos complejos, desde los que pueda emerger la voz de sujetos y grupos. La experimentación significativa tiene lugar en los sitios donde se aplica el poder tecnocientífico, porque se lleva a cabo para desarrollar nuevas formas de percepción y expresión, adecuadas a la transformación de la sociedad global. Los sitios de experimentación son dobles, contradictorios y, en cierto sentido, son quizá análogos a la contradicción entre la mercancía y la cosa, desarrollada por los filósofos de vanguardia del siglo XX. Pero la configuración presente es totalmente diferente.

Por una parte, percepción y expresión se ligan a ‘energía’, ‘tecnociencia’ y ‘código’, o sea, a las mismas técnicas con las que la élite global está reconfigurando el planeta Tierra. Urge deshacerse del abrazo fascinador de la propia inestabilidad psíquica y empezar a percibir los procesos materiales y de organización con las que la tecnoélite está reformando el planeta, o sea, promoviendo un cambio total de imagen. Pero esta percepción sólo se puede obtener mediante la tecnología, es decir mediante las técnicas contemporáneas y universales de transporte, comunicación, visualización y transformación física de los materiales. No se puede desarrollar una aspiración constructiva si se ignoran estas técnicas, porque la ignorancia -y Holmes se refiere a la creciente y profunda inconsciencia sobre el desarrollo de las infraestructuras- hace simplemente imposible resistir los cambios. La exposición a tales técnicas conlleva el riesgo incalculable de auto transformación o autopérdida, la alienación profunda manifestada en la trampa de la expresión formateada y recodificada.

Extranjeros de sí mismos

La asunción del riesgo tecnológico en el mismo sitio de su aplicación requiere una experiencia contradictoria del tiempo, en lo que se puede llamar el tiempo del otro. Éste no puede ser cosificado como identidad histórica determinada. Tales identidades históricas surgen, alrededor del mundo, como constructos normativos impuestos por la reacción al proceso desterritorializador o al desmemebramiento de poblaciones enteras de la matriz de sus instituciones. Por un lado, el mundo se agrupa gracias al poder de la abstracción desterritorializadora, pero, por otro, se arriesga a desagruparse en bloques normativos, reforzados por todas las técnicas posibles de manipulación política. La expresión de un nuevo tipo de agencia y  la verdadera capacidad de percepción que permite llegar a ser humano, también tiene que funcionar a través de estos velos identitarios.

El tiempo del otro sólo puede ser experimentado entre gente que, en el proceso, se convierte en extranjera de sí misma. La cuestión de la traducción se encuentra en el centro del acontecimiento artístico o político. Ese acontecimiento de traducción temporal, sustituye a la obra de arte de vanguardia; su co-participación, sustituye al partido. Tales eventos han sido prefigurados en el modo dialógico de resistencia carnavalesca, pero todavía tienen que ser desarrolladas de maneras más afectivas y efectivas. A través y más allá del entelado de percepción tecnológica, lo que queda por expresarse es la aspiración constructiva a promover instituciones capaces de contener y transformar las fuerzas destructivas desatadas ahora, en el deseo de una nueva vida.


Lola Long es crítica de arte.