7/3/2011

Sobre redes y biosistemas
Por Chris Arkenberg
Vivimos en un mundo cada vez más definido por redes horizontales. Tipos como Clay Shirky y Ben Hammersley, entre otros, han observado con precisión cómo los patrones de diseño de Internet están retando y cambiando el paisaje de la civilización humana.
Muchas de nuestras instituciones han sido construidas como pirámides jerárquicas, diseñadas para ejercer el máximo grado de control sobre sus dominios. Estas estructuras de gestión desde arriba han llegado a definir los negocios, el gobierno, los ejércitos, la familia y el conocimiento mismo. Los líderes suben a un poder centralizado como gobernantes que dictan hacia abajo la cadena de cómo deberían ser las cosas, mientras los trabajadores marchan al paso hacia la ejecución de las tareas asignadas. Tales estructuras fueron modeladas a partir de los mecanismos de relojería y las máquinas de vapor de la mecánica clásica, diseñadas para ser precisas, rígidas, y duraderas, capaces de durar cientos de años. Esas estructuras dieron forma a las metáforas que definen toda nuestra sociedad industrializada.
La arquitectura informática asumió la metáfora mecánica al ser diseñada como procesador central que asigna y gestiona las tareas de los subprocesadores y componentes funcionales especializados. De esta manera, el ordenador comenzó como poderosa extensión de la era industrial en vez de abonar el terreno para un nuevo paradigma. La metáfora mecánica evolucionó gradualmente hacia la metáfora computacional, la cual ha definido las dos últimas décadas, pero la semilla de la metáfora biológica sólo empezó a germinar cuando los ordenadores empezaron a seguir el modelo de las telecomunicaciones y se conectaron entre sí a través de redes horizontales.
Bio-redes horizontales
No parece que existan en la naturaleza muchos sistemas rígidos de control desde arriba. Son demasiado tiesos e inflexibles para las dinámicas de la vida. En cambio, en la naturaleza sí evolucionan enormes redes horizontales que se ensamblan con funciones especializadas dentro de su entorno. Por ejemplo, la estructura de organización más desordenada y distribuida que se conoce —el cerebro humano— no tiene un gestor de primer nivel o CPU. No hay una función ejecutiva dentro del cerebro o en la mente, aunque típicamente pensemos que la hay. En su lugar, el cerebro es una jerarquía plana y enorme que está intrincada dentro de órganos funcionales de verticalidad imprecisa. Estos órganos funcionales existen a su vez a través de redes de interacción, planas y horizontales en su mayoría. El tálamo recibe todos los inputsy los enruta hacia el procesamiento cortical superior y hacia las estructuras autónomas del encéfalo, hacia la amígdala para el contenido emocional y a través del hipocampo para la memoria; y después distribuye los outputs por todas las partes del cuerpo. La cadena de procesamiento es altamente paralela, interconectada y está marcada por vías de retroalimentación complejas. La mente surge de estos procesos de una manera muy ad hoc, siempre cambiante, siempre flexible y siempre derivada de una suma masiva a través de la red.
Las redes miceliales son otro ejemplo. Cuando vemos hongos diseminados en el bosque, lo que estamos viendo no son individuos. Cada hongo que crece en el suelo es un fructífero cuerpo que emerge desde el subsuelo gracias al trabajo micelial en red —el micelio es un armazón estructural de la colonia. Se ha descubierto que algunas colonias miceliales tienen áreas que se extienden a lo largo de 800 hectáreas, lo que las convierte en uno de los superorganismos más grandes del planeta. El modelo sugiere que los hongos son los nodos terminales y el micelio su conexión troncal.
En los ecosistemas, los grandes depredadores podrían considerarse una forma de gestión desde arriba, pero ellos mismos forman parte de la relación cazador-presa -dinámica que debe buscar siempre un equilibrio relativo dentro de la red más amplia en la que está integrada. Los depredadores no tienen la opción de excederse en su consumo de presas o de revendérselas a otros. Las corrientes de los grandes océanos también sugieren un alto grado de control desde arriba, al establecer estacionalmente los resortes de la meteorología por hemisferios. La corriente del Pacífico Norte se hace más activa durante el invierno en su hemisferio, determinando la escala y la frecuencia de las tormentas que azotan la costa noroeste de los Estados Unidos. Pero esa corriente es una estructura emergente que en sí está construida a partir de propiedades de un conjunto de factores casi infinitos. No es una estructura reguladora o un gobernador diseñado o con intención, y no hay un grupo de componentes de alto nivel que determinen su próxima maniobra.
Lo más importante es que todos los sistemas biológicos están guiados por la retroalimentación entre las redes en las que se integran, y no por gobernadores desde arriba o mecanismos de control. La naturaleza se regula a sí misma, se preserva, y evoluciona hacia una mayor adaptabilidad. No hay un soberano que cometa el error de agotar los recursos a largo plazo o que se empecine en su manifiesta miopía. Sólo existe un constante crecimiento integrado de ensayo-error generado por la comunicación continua dentro de los organismos y entre ellos.
El bucle tecno-biológico
Cuando los ordenadores empezaron a conectarse en ARPANET y con el nacimiento de la internet visual, la CPU como sistema específico de control central evolucionó hasta converger como nodo dentro de una red distribuida. Ese cambio inicial retó rápidamente los dominios establecidos de la edición, la creación de contenidos, la propiedad intelectual y la gestión del conocimiento mientras invitaba a la gente a compartir un espacio virtual de identidad y transacción cada vez más global. Con el advenimiento de las redes sociales se estableció una estructura organizacional que conectaba el capital humano en la virtualidad, haciéndole más fácil a la gente con afinidades comunes la interacción y colaboración no locales, socavando sutilmente la mismísima noción de frontera, nación, familia y lealtad. Poco después, la revolución de la telefonía móvil ha inclinado todo hacia su lado al comprimir todo en un dispositivo portátil y llevando la comunicación instantánea y el acceso global a la información a gran parte de la gente en el planeta.
El sistema fue establecido para nuevas formas de colaboración e innovación emergente, no jerárquicas y distribuidas, para fines tanto productivos como destructivos. Los grupos se pueden ahora formar y coordinarse alrededor de afiliaciones, intereses y metas de maneras que cuestionan directamente las estructuras institucionales que monetizan la producción y el consumo y que regulan nuestros comportamientos. Se ha hecho mucho más fácil para las pequeñas organizaciones asumir intereses multinacionales, sea en los negocios o en la innovación, en el poder o en la política. Los conflictos que vemos hoy en el mundo son, en su mayor parte, un síntoma de que las jóvenes generaciones están aprovechando las tecnologías de redes planas para levantarse contra las generaciones pasadas cuyo legado de estructuras jerárquicas de poder fue establecido hace demasiado tiempo. Por parafrasear a Ben Hammersley, “la gente que maneja el mundo,” aquellos a quienes encomendamos nuestro futuro, “no es capaz de comprender el presente.” Carecen de las herramientas cognitivas que forman parte de la caja de herramientas básica de la generación C —los nativos digitales que crecieron con un teléfono móvil e Internet entre las manos, integrados en redes especializadas que expanden las fronteras y la identidad hacia lo virtual.
Las rupturas globales que parecen caracterizar a la modernidad constituyen una corrección de la civilización inducida por la ley natural. La burbuja ‘punto.com’ pasó por una corrección, eliminando el exceso de valor y podando el jardín de la innovación exuberante, para favorecer sólo a los más aptos. Aunque dolorosa, fue una cosa buena. Hemos sido testigos de la corrección en la burbuja inmobiliaria y probablemente veremos correcciones similares en el crédito y en los productos de consumo, así como una dolorosa pero positiva corrección en un modelo energético subsidiado y por debajo de su valor durante tanto tiempo. Los impactos del cambio climático son una corrección impuesta sobre el modelo heredado de la industrialización y forman parte del crecimiento de la naturaleza en sí, ese supersistema en el que todo esfuerzo humano está integrado y del que, en última instancia, somos responsables.
La corrección en la civilización es un mecanismo regulatorio emergente integrado dentro de los sistemas naturales que fuerza a nuestros sistemas de factura humana a modificar progresivamente los patrones de diseño no sostenible de nuestro pasado. La metáfora mecánica y la metáfora computacional se están abriendo necesariamente para incluir la metáfora biológica. Esto lo podemos ver en todos los ángulos de la tecnología y emerge, igualmente, en el comportamiento humano y en los sistemas sociales. Los nanosistemas emulan a los sistemas biológicos. La computación y la robótica se están integrando con la neurología y la psicología. Los individuos están encontrando agencia y apoderamiento en colaboraciones multicelulares sin líderes. El entorno construido se está haciendo sensorial, comunicándose consigo mismo a través de mecanismos de retroalimentación discreta. Se podría argumentar que la emergencia de Internet y de la comunicación y computación móvil ubicua es una expresión de nuestros instintos naturales porque necesitamos movernos hacia una posición más próxima a nuestro entorno; para seguir los patrones adaptativos de la naturaleza con el fin de encontrar una situación más sostenible y equitativa para nuestra especie —una necesidad termodinámica que busca la máxima eficiencia en los gastos energéticos. Podría expresar también una intervención directa programada por la propia naturaleza para empujar suavemente al Antropoceno de vuelta hacia el equilibrio.
Dejando a un lado tales reflexiones, nuestro mundo se está acercando, indudablemente, a un punto de inflexión. Todo parece estar dando un vuelco, y está extendido con tanto detalle que todo el mundo lo puede ver. El bucle de retroalimentación entre la humanidad y sus creaciones -la comunicación biológica y cibernética entre individuos, grupos, culturas, organismos y ecosistemas- se esá estrechando y haciéndose más denso cada día, impulsándose a sí mismo y forzando la aparición de grados excepcionales de novedad. Es al mismo tiempo aterrador y maravilloso y la vieja guardia apenas lo llega a percibir mientras ocurre ante sus ojos. El cambio puede ser apocalíptico, una fase de cambio repentino o una transición gestionada pero acelerada… Probablemente todo ocurrirá a la vez en grados y situaciones diferentes. Sea como sea que ocurra, el paradigma emergente tiene mucho más que ver con redes, mensajes, retroalimentación y biología que con jerarquía, control, poder y mecanización. La naturaleza es un supersistema, el controlador último que hace cumplir las leyes de la física y diseña las plantillas para la aptitud y la adaptación. Si somos, tal y como sugiere Kevin Kelly, los órganos sexuales de la tecnología, entonces ésta ha nacido a partir de imperativos naturales codificados profundamente en nuestro ADN.
Chris Arkenberg está especializado en gestión de producto e innovación en entornos digitales transmediáticos, desde realidad aumentada a redes sociales y análisis de tendencias. Ha trabajado para Adobe Systems, desarrollando aplicaciones para mundos virtuales inmersivos y 3D. Ha sido investigador en el Institute for the Future. Actualmente trabaja como consultor estratégico para Cagefree Consulting y es socio del estudio multimedia Hukilau. Le interesa especialmente la intersección de la cultura humana, la tecnología y los biosistemas complejos. Para contactar con Chris: urbeingrecorded