27/1/2011

Deseo de ciudad: arquitecturas revolucionarias

Por Cristina García Rosales

«…otro mundo es posible, tenemos ante nosotros una importante oportunidad que debemos aprovechar ahora, ya que el momento no va a ser eterno». Susan George


La arquitectura es un arte íntimamente ligado a la vida. En un proyecto de arquitectura la idea generada lleva implícita una intuición poética que, a través de un complicado proceso, se materializa en la construcción de un lugar.

La ciudad constituye la representación simbólica de la salud, del progreso y del grado de civilización de la sociedad a la que pertenece. No sólo por la estética de sus calles, avenidas, parques o edificios, sino también -y sobre todo- por la ética que subyace escondida detrás de las formas. El bienestar de los ciudadanos se encuentra imbricado en el lugar entendido como ámbito de vida, como puente tendido entre la huellas grabadas en sus piedras y el momento presente. El lugar ha de comprenderse también como contenedor de afecto y de relación entre las personas que lo habitan.

Las ciudades que habitamos son algo más que meros asentamientos urbanos

Comprender el espacio en el que nos desenvolvemos es comprender su memoria pasada y reciente, las decisiones de sus regidores, las necesidades y sueños de sus habitantes. Hacer una lectura seria de la ciudad actual y de las actuaciones que en ella se están dando, es tomar el pulso a la sociedad que la configura, revisando las claves que están influyendo en su diseño y analizando su proyección hacia el futuro, con una mirada abierta, crítica y dispuesta a la innovación.

Ésta ha sido mi intención al reunir otras maneras de hacer arquitectura, de proyectar y de intervenir en la ciudad, en el libro que he coordinado llamado Deseo de Ciudad: Arquitecturas Revolucionarias. Mezclando ideas que han surgido potentes e imparables, que comienzan a materializarse, e incluso a consolidarse, oponiéndose a las corrientes más conservadoras. Ideas impulsadas por arquitectos y otros colectivos que trabajan en grupos pluridisciplinares diseminados por distintos puntos del territorio, que emiten sus discursos con los que respaldan sus proyectos e inventan propuestas tan revolucionarias como sensatas. Que critican lo existente cuando no vale y proponen soluciones cuando no existen.

¿Qué está pasando?

Parece que el diseño de las ciudades por fin comienza a dejar de ser propiedad exclusiva de unos privilegiados. La arquitectura entendida como una disciplina autónoma, situada en esferas aparentemente inaccesibles del conocimiento humano, se está acercando a la ciudadanía, que empieza a integrarla en sus lugares comunes, tales como la igualdad en lo cotidiano, las relaciones sociales, la cultura o la política. El cambio es esencial. La arquitectura vuelve a interesar como bien general y a servir de vehículo de transmisión de ideas para la transformación del paisaje urbano. Existe un imperioso deseo de ciudad.

Desde hace algún tiempo distintos colectivos formados por arquitectos, arquitectas, estudiantes, artistas plásticos y profesionales de múltiples disciplinas se han embarcado en nuevos proyectos y modelos de gestión del espacio público, reactivando barrios, edificios y solares en desuso, y desarrollando nuevas formas de entender el espacio. Comenzando por lo más cercano, realizan trabajos críticos, experimentales y participativos, de carácter fundamentalmente local, que pueden llegar a tener repercusión global gracias a su difusión en la red. Las expresiones “piensa globalmente, actúa localmente” de principios del siglo XX y “la ciudad nos pertenece” de los 80, vuelven a utilizarse y cobran vigencia cada día.

El término ‘procomún’ -aquello que pertenece a todos y no sólo al Estado- por lo que su uso y su diseño también lo es, aludiendo a “una constelación de recursos que debe de ser activamente protegida y gestionada por el bien común” (Medialab Prado), así como el término ‘colaborativo’ –el trabajo de colaboración entre distintas profesiones, personas o comunidades que se ayudan mutuamente para conseguir un fin- se están aplicando a las nuevas maneras de intervenir en el espacio urbano.

El espacio de la ciudad no es neutro, condiciona las relaciones de las personas que lo habitan. Es en este espacio físico donde sucederá la existencia de aproximadamente un 70% de los habitantes del planeta en el año 2050, según un pronóstico del departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU de marzo de 2010. Hoy en día podemos decir que, tanto la esfera pública como la privada dentro las ciudades, carecen de los requisitos y de la calidez que siempre habíamos deseado.

Vivimos, pues, tiempos y habitamos lugares que están impidiendo nuestro desarrollo como seres felices. El consumismo, la escasez de valores colectivos, el capitalismo salvaje, las sucesivas crisis, el desempleo o la precariedad en el trabajo (dos polos de un mismo problema), la necesidad de convivencia, de vecindad y de proximidad, la cuestión medioambiental o la imposibilidad de conseguir una vivienda digna con tamaño y características aceptables son, entre otros, varios de los aspectos que impregnan esquinas y rincones de las ciudades de nuestro primer mundo en estado de quiebra, marcado por la falsa opulencia y la falta de solidaridad.

Si intentamos ceñirnos al espacio urbano, lugar que se supone posibilitador de vivencias que incitarían a la convivencia (Adriana Bisquert), nos damos cuenta que no es ni aquí ni ahora donde la ciudadanía se reúne para participar en actividades colectivas verdaderas. La ciudad dispersa, previsible y anodina, ni nos alberga ni es reconocida como propia por niños ni mayores.

Este descontento generalizado ante la realidad, ha propiciado la proliferación de muchos colectivos interesados en la construcción participativa del paisaje urbano con unos planteamientos diametralmente opuestos a los existentes. No son fáciles de encontrar si se desconocen las nuevas formas de acceso al mundo de Internet y a la nueva sociedad de la comunicación. Sus nombres y sus acciones se encuentran en los blogs y webs que ellos mismo han creado, donde explican sus ideas mediante manifiestos, proyectos y convocatorias. También se les puede ver en exposiciones de centros de arte vanguardistas, desarrollando talleres o acciones artístico-políticas, generalmente con escasos medios, involucrando y haciendo partícipes a otros grupos.

Entre los años 2007 y 2009 se creó Urbanacción, en La Casa Encendida de Madrid, como un lugar de encuentro y de participación ciudadana. Fue el inicio de algo importante. Diversos colectivos  impartieron talleres con objeto de impulsar estrategias que generasen acciones entre la arquitectura, la producción cultural y el diseño urbano.“Proyectos que, premeditadamente, se situaban en un ámbito de trabajo fronterizo, a medio camino entre la reflexión teórica y la práctica constructiva, el paisajismo y la performance, la filosofía y la acción política, la arquitectura y la instalación artística”, según Ana Méndez de Andrés.

Se pretendía incentivar, inicialmente a través del pensamiento compartido, la participación activa en el espacio público como lugar de intercambio, dando la palabra a la ciudadanía.

Algunos de los agentes catalizadores provenían de ámbitos extranjeros (como el colectivo Green Guerrillas, de New York, Raumbalotr, de Berlín, constructores de la Ciudad de los Niños, Pioneros del Espacio, también de Berlín, Urbanactis, de Paris, etc.) Otros colectivos eran españoles: Basurama, Todo por la Praxis, Recetas Urbanas, Ecosistema Urbano, Amnesias Topográficas, RE-Activa, etc. Grupos, muchos de ellos, recién salidos de las escuelas, recién constituidos y con muchas ideas en común. En sus talleres se han formado otros nuevos, como Esto es una Plaza,de Lavapiés, en Madrid.

La web 2.0

Llamamos Web 2.0 a la segunda generación online de Internet. Se caracteriza porque la información es generada y compartida por los propios usuarios, poniendo énfasis en la colaboración entre ellos por medio de debates y participación virtual en redes sociales, webs y blogs, de sencillo acceso y creación. Sucedió a la 1.0, en la que la información era generada por webmasters o editores, estaba ‘hipervinculada’ entre distintos portales y el consumidor accedía a ella a través de buscadores para conseguir datos, no para colaborar. Es decir, inicialmente, se  utilizaba Internet de una manera bastante pasiva.

Las herramientas proporcionadas por el fenómeno Web 2.0, en funcionamiento masivo desde hace unos años, han traspasado fronteras, acercando a personas y a grupos y creando espacios cohesionados que sustituyen -en muchos casos- a los espacios reales urbanos, reconvertidos éstos algunas veces en ‘no-lugares’, según el término acuñado por Marc Augé. La capacidad de conectar de la Web 2.0, y de hacer que el individuo se encuentre representado, aunque sea por sí mismo, señala un punto de inflexión en la historia reciente, con consecuencias que aún no podemos calibrar por falta de perspectiva.

A pesar de la crítica evidente sobre el peligro que existe de banalizar la cultura y el conocimiento (véase Los Bárbaros, de Alexandro Baricco) en este mundo nuevo de flujos y redes, la Web 2.0 ha supuesto una forma de comunicación inteligente y no jerarquizada, con un gran poder de convocatoria. Probablemente, y a medio plazo, la información generada sustituirá a la prensa escrita e incluso al libro escrito, ya que permite de una manera democrática, expresar a todo ciudadano que posea un ordenador con acceso a Internet, todo lo que desee: sus aficiones, pensamientos, fotografías, gustos, narraciones, críticas o las ocurrencias que tenga de cambiar la ciudad o la sociedad a la que pertenece. Sin censura ni división de poderes. En la red, de momento, somos todos iguales.

Es decir, la revolución de Internet en su segunda generación está transformando nuestra manera de relacionarnos, al abrir multitud de posibilidades de intercambio y de información y al crear espacios de relación hasta hace poco tiempo inimaginables. Resultaba previsible, como ya ha ocurrido, que se pasara a la acción y que se empezara a utilizar para activar, primero a los amigos y más tarde a la sociedad, ante la desastrosa situación global en la que estamos inmersos. Lo interesante y novedoso de la cuestión, es que se haya comenzado desde abajo, gracias a personas o a grupos desconocidos que, en este medio, son capaces de movilizar a multitud de gentes con las que compartir pensamientos y trabajar juntos en proyectos necesarios para la colectividad.

La Web 2.0. además de favorecer la cohesión, la relación o el contacto entre la ciudadanía, está creando una nueva forma comunitaria de entender la planificación de las ciudades, lo que Juan Freire llama urbanismo emergente.

Elementos comunes a estos colectivos

Las características comunes a estos grupos, pueden ser las siguientes:

  1. Su actitud alternativa, pacífica, contraria a lo establecido y a todo lo que esto conlleva de podrido en relación a los lugares en los que habitamos.
  2. Su tendencia a salirse de las aulas, de los estudios de arquitectura y del espacio virtual para intervenir directamente en el medio urbano real, para más tarde regresar a la mesa de trabajo y al ordenador y diseñar las propuestas que entre todos han elaborado.
  3. La apropiación de la ciudad que realizan es crítica y de carácter político. Y esencialmente colaborativa, es decir, incluyen a la comunidad o a los vecinos del barrio en el proceso y, a veces, incluso a la Administración que les financia. Mediante estos apoyos pueden pasar a formar parte indirectamente del sistema, aunque de una manera tangencial.
  4. Estas estrategias de participación pueden servir como catalizadores para un transformación urbana y social y poseen la capacidad de estimular la conciencia de los participantes.
  5. Igual de común es su idea de ciudad en la que se encuentran términos como el humanismo radical, la igualdad, la colectividad, la convivencia, el multiculturalismo, la perspectiva de género, el juego  como motor de vida, la accesibilidad, la cohesión social, la pluralidad, la sostenibilidad, el reciclaje, la flexibilidad, la seguridad, la relación con naturaleza, la transformación y revitalización de la ciudad o el sentido del lugar.
  6. Trabajan desde la utopía, pero con los pies bien anclados a la tierra. Es decir, creen lo que dicen y lo que hacen, buscando que lo posible  pueda convertirse en realidad.
  7. Tienen a Internet como aliado y cómplice. Lo utilizan como una herramienta básica y abogan por el software libre.
  8. Reivindican la reutilización de las cosas, espacios y edificios y no sólo el reciclaje; la sostenibilidad entendida en su acepción medioambiental, social y económica y el decrecimiento como actitud.
  9. Son independientes de cualquier formación política -aunque se aproximan a un pensamiento progresista- y no tienen una voz única. Los que forman parte de cada colectivo asumen sus contradicciones y están democráticamente representados por su propia voz, sin caer en personalismos.
  10. Combinan la investigación con la gestión cultural y la producción de eventos.
  11. No solamente crean ‘objetos arquitectónicos’, sino que realizan acciones artístico-creativas y diseños efímeros con un contenido de apropiación del espacio urbano entendido como bien común.Su historia es común, ya que provienen de los movimientos vecinales de los años sesenta y de los movimientos sociales urbanos (MSU), término acuñado por Manuel Castells en La Cuestión Urbana (1977). Se han ido transformando y tienen otras herramientas con las  que sus antecesores no contaban, pero de alguna forma parte de ellos, así como de otros movimientos anteriores y posteriores que se han gestado fuera de España, en EUUU, Holanda o Alemania. (Huertos comunitarios y Green Guerrillas, de Nueva York, o el Ayuntamiento de Ámsterdam con las propuestas de post-guerra para juegos infantiles de Aldo Van Eyck).

A lo largo de las páginas del libro, encontraremos colectivos que reivindican la calle para caminar por ella como peatones o montados en bicicleta. Otros pretenden repensarla con “otra mirada” de género o incentivar al ciudadano para que se implique en su diseño y gestión. Hay quienes desean celebrar la vida, festejando el espacio colectivamente, y también están los que reivindican una construcción en contacto con la naturaleza y verdaderamente sostenible. Algunos, son teóricos y están vinculados a la Universidad, otros son eminentemente prácticos e incluso transgresores de las normas impuestas, ocupando solares, azoteas o edificios vacíos para sus actividades o proponiéndolos como viviendas. La mayor parte de ellos está abogando por un nuevo modelo de relación que comienzan a establecer con las instituciones oficiales que les respaldan. Casi todos son colectivos pluridisciplinales, críticos y con ganas de encontrar soluciones más cercanas a las necesidades del ciudadano. He incluido a un estudio de arquitectura convencional –el estudio Ruiz-Larrea– que ha diseñado un edificio residencial colectivo en Móstoles con técnicas de confort ya usadas por los romanos: la geotermia horizontal. Me ha parecido importante traer este ejemplo por su contenido social (viviendas en alquiler para jóvenes) y medioambiental. Y por la sencillez de la propuesta y su carácter experimental.

Vivimos momentos de grandes indecisiones e incertidumbres, pero también de nuevas ideas que nos pueden impulsar hacia grandes cambios. No nos dejemos llevar por la inercia y apostemos por una innovación arquitectónica y urbana revolucionaria, clara y rotunda. Los colectivos y arquitectos que se presentan en este libro así lo hacen y sus trabajos nos pueden servir de referente.

Formamos parte de un mundo distinto de lo que hasta ahora conocíamos. Un mundo de flujos, redes y nuevas tecnologías. Contamos con las herramientas y con los medios humanos para realizar transformaciones que cambien los espacios donde nos desenvolvemos.

¡Aprovechemos esta oportunidad!


Cristina García-Rosales es arquitecta. El libro Deseo de ciudad: arquitecturas revolucionarias, cuyo primer capítulo aquí reproducimos, ha sido editado por Mandala Ediciones, en enero de 2010.