11/11/2009
Traducción:tintank

Después de la ciudad

Por Daniel Miller

La virtualidad electrónica de la red disuelve los vestigios de la modernidad, desordena e intrinca sus rígidas retículas y convierte la arquitectura en un parque de atracciones.

I. Ciudad de zombies

La película Soy leyenda (2007) presentaba al científico militar Robert Neville como al último hombre vivo en un Manhattan abandonado, donde trabaja en un remedio para una pandemia global de zombies. No ha visto a otro ser humano desde hace tres años. Conduce por los alrededores con su perro, caza ciervos con un rifle, juega al golf desde el ala de un oxidado Blackbird SR-7. A veces habla con los maniquís en el vídeoclub. Por la tarde, sube nuevas canciones a su iPod.

Una táctica habitual para entender las películas de terror consiste en traducir los elementos fantásticos de nuevo a la realidad. Quizá no haya zombies realmente, sólo un hombre alineado viviendo una existencia aislada. La tecnología apunta, como una bomba inteligente, al horror del ser. Si Soy leyenda pierde su ‘ser’ (como cuando el verbo en inglés ‘to befriend’ se convierte en ‘to friend’), se queda en iLeyenda, como iMac.1

Algunas historias vuelven hasta que les das un tiro en la cabeza. iLeyenda está basada en la novela de Richard Matheson de 1954, un libro que ha sido adaptado al cine dos veces con anterioridad. En el texto original, Robert Neville batalla vampiros sensibles hasta reconocer su derrota ante el nacimiento de una nueva especie. En la adaptación de Hollywood, The Omega Man (1971), Charlton Heston se enfrena a un culto estilo Charles Manson, sobre el que sí consigue triunfar, con la muerte. Tanto en esta película de 1971 como en el libro original, el agente de la mutación genética es una plaga misteriosa que llega del exterior, en plan violencia divina. En la nueva película, más a lo Fausto, la pandemia es un efecto secundario no previsto de una nueva cura para el cáncer.

Las ambiciones tecnocientíficas de la civilización humana traen la destrucción de la civilización. En la era del cambio climático, el subtítulo ecológico está claro. No es sólo un asunto de polución industrial. El concepto de cambio climático aprovecha los cambios en el paisaje mediático; en los últimos años este paisaje se ha visto alterado. Antes del nacimiento de Internet, la cultura transmitida a través de las redes personales se concentraba en una serie de nodos físicos: tiendas de discos, bares, cafés, librerías y centros sociales. Todos estos espacios están siendo liquidados, al ser devorados por la economía de un mundo inmaterial.

El resultado es una reducción del espacio público, tanto mental como real. En Comentarios a la sociedad del espectáculo, Guy Debord lamentaba la nueva situación.

La comunidad ya no existe para el ágora, no hay lugar para que la gente pueda discutir las realidades que les conciernen, porque nunca pueden verse liberados de la presencia abrumadora del discurso mediático.2

En la era de la imagen global, el Gran Exterior queda tamizado; los individuos quedan precintados en realidades segregadas, alimentados por cables de información específicamente calibrada. Cada uno en el centro de su propio universo virtual. Cada bastardo, un rey.

El sistema operativo es un patrón de identidad o de branding ideológico. Las polémicas recurrentes de Debord contra la marca-fantasma del Situacionismo representaron un intento de escapar de esta prisión. Pero cuando uno o más situacionistas fueron reunidos bajo ese nombre, el Situacionismo estaba ya en el ocaso. Este individuo, y esta tribu, y este conjunto de compromisos…

Protocolos retóricos –shibboleths– impregnan el mundo, conformándolo como un sistema de signos, susurrándose su propio significado, en un discurso inerte. «Para un árabe a quien le preocupe pensar sobre ello», remarca Enzensberger en su ensayo de 2005 ‘The Radical Looser’, en el que dibuja metáforas políticas contemporáneas, «los verdaderos objetos de los que depende la vida cotidiana en el Magreb y Oriente Medio representan una humillación silenciosa –cada frigorífico, cada teléfono, cada enchufe, cada sacacorchos, por no mencionar los productos high-tech». El reclamo psico-cultural, en lugar de racial, enciende la idea de alienación prefabricada: un choque de civilizaciones representado en un teatro interno, generado por una escenografía dinámica.

El teórico moscovita Lev Manovich se ha imaginado un futuro en el que «cada objeto se puede convertir en una pantalla conectada a la web, la totalidad del espacio construido se puede convertir en un conjunto de superficies de exposición».3  Cada mirada recibirá una persona prefabricada, portadora discreta de una carga libidinosa. La humillación emplaza a una proyección hecha anteriormente: en este caso una identidad interna (árabe), arrojando la realidad (externa) a una negación encarnizada.

Humillación + Identidad = Perdedor radical. No está claro dónde se localiza este proceso. Lo que sí está claro es que la banda ancha de la interfaz está por las nubes. Los dispositivos de información enlatada como iPods y iPhones son sólo la punta de un iceberg mediático global. La complejidad se incrementa con cada innovación, hacia un punto de articulación total. Los signos y los cuerpos dejan de ser estrictamente distinguibles, al convertirse cada uno en el portador de una carga condicionada específicamente. La imagen habla a la imagen a través de los océanos, la señal a la señal, la estación a la estación…

Enzesberger define al perdedor como ‘el individuo aislado’. En un mundo en el que toda vida empieza en público (y termina con ese lío que no puedes ordenar), el aislamiento es una condición sintética. El aislamiento se ha labrado un porvenir. La cirugía implica un coste. iLegend empleó los zombies de movimiento rápido vistos en el remake que hizo Zach Snyder en 2004 del Dawn of the Dead, de George A. Romero y las visiones de realismo social británico de Danny Boyle en 28(x)Later. Las criaturas encarnan el reverso equivocado de un entorno total que es menos una ciudad real que un espacio virtual codificado para parecer un lugar de encuentros, revoluciones íntimas y exhibicionismos repentinos. El otro es un mundo estático congelado. Inmersos en el abrazo amniótico de las tecnologías de la comunicación, que ofrecen la promesa de surfear en tus intereses para siempre, donde toda la variación de las demandas psíquicas del usuario pueden ser atendidas.

La jerarquía de necesidades culmina finalmente con la metáfora del Cristo: iLegend termina con el obsesivo Neville sacrificando su sangre (mientras sintetiza una cura) para que la humanidad pueda ser sanada y redimida. Dentro de las seguras fronteras de un mundo de ensueño personalizado, otros usuarios se aparecen como obstáculos, o skandalons: término griego para ‘obstáculo’ del que deriva el nombre de Satán.4 El diablo empieza a hablar con el diablo, y el deseo se convierte en una búsqueda del arma asesina o skandali, la forma femenina de la palabra, refiriéndose al gatillo de una pistola.

En su ensayo de 2003 ‘To Love, to Love Me, to Love us’ el ladrón armado reconvertido en filósofo de la tecnología Bernard Stiegler, suministra un sumario más técnico del circuito psicológico. Escrito después del asesinato de ocho personas en el Ayuntamiento de Nanterre por el activista local Richard Durn en 2002, Stiegler describe a Durn como afectado de un déficit de ‘narcisismo primario’. El asesino vio en el consejo municipal «la realidad de una alteridad que le hizo sufrir, que no le devolvió ninguna imagen, y la masacró».5

Stiegler considera que el planeta está durnisiándose. Lo que está emergiendo no es ‘ni una identidad singular ni una relación; sólo soledad y similitud’ en un universo en el que cada individuo se está enredando cada vez más «en un diálogo silencioso […] con el paisaje textual remitido a él o a otros» y en el que «la única cara a ver, la única voz a escuchar […] es la suya: la cara y el sonido de la soledad se hacen mas desconcertantes por el hecho de que son el eco de millone».6 La idea que lo organiza es el mito de Narciso, diagnosticado por McLuhan con respecto a Isaac Newton (‘un tipo narcisisita hipnotizado’) e identificado más tarde por el crítico de la cultura Christopher Lasch como el síntoma social primario del capitalismo.

«Blake habló», escribe McLuhan, «de la necesidad de ser enviado desde la visión singular de Newton, sabiendo muy bien que la respuesta de Newton al reto del nuevo mecanismo era en sí mismo una mera repetición mecánica del reto».7 «Me temo que esto es sólo el principio», advierte Stiegler, «de un largo y tortuoso camino. En este camino uno debe dejar a un lado toda duda para luchar contra la inminente posibilidad de la total atomización del nosotros».8 Los programas se oponen en cierto sentido. La acción asesina de Durn puede ser apreciada como un posicionamiento desesperado contra la atomización. El nosotros se hilvana entre el ‘yo’ y el ‘ellos’; entre el abatido e incompleto enemigo y la proyección del deseo en una identidad colectiva. Enzesberger describe un circuito psicológico viciado: “Es mi culpa”—“Los otros son responsables”. «Estas dos reivindicaciones», afirma Enzesberger, «no se excluyen mutuamente. Al contrario, se reafirman la una a la otra. El perdedor radical no es capaz de pensar una salida a este círculo vicioso, lo que constituye la fuente de su terrible poder». A veces la sola acción en curso deja cualquier duda a un lado y extermina a los brutos.

1.«Cada avance tecnológico», remarcó la crítica de cine de la revista Slate, Dana Stevens, en 2008, «ha tenido el efecto de aislar entre sí a los consumidores de cultura».
‘The Year’s Best Dick Joke’Dana Stevenswww.slate.com
2.Comments on the Society of the SpectacleGuy Debord1988 
3.Manovich hizo una vez una comparación memorable entre internet y ‘un apartamento communal de la era Stalin: sin privacidad, todos se espían a todos, siempre un fila para las áreas comunes como el baño o la cocina’.
‘The Poetics of Augmented Space: Learning from Prada’, p.2.Lev Manovichwww.noemalab.org
4.Las palabras que se refieren a la rivalidad mimética son concretamente el nombre skandalon y el verbo skandalizein. Como la palabra hebrea que traducen, ‘escándalo’, significa, no uno de esos objetos ordinarios que podemos evitar una vez que ya hemos tropezado con ellos una primera vez, sino un objeto paradójico que es casi imposible de evitar: cuanto más nos repele, más nos atrae. Aquellos que han sido escandalizados son los que más ardientemente tratan de hacerse daño porque ya se lo hicieron una vez.
‘Are the Gospels Mythical?'René GirardFirst Things: A Journal of Religion, Culture, and Public LifeApril 1996girardianlectionary.net
5.Acting OutBernard StieglerStandford University Press2009, p.40.
6.Non-Places: An Introduction to the Anthropology of SupermodernityMarc AugéVerso1995, p.103.
7.Understanding Media: The Extensions of ManMarshall McLuhanLondon: MIT Press1994, p. 25.
8.StieglerOp. Cit., p.82.
II. Ciudad de webs

«Entre los siglos XIX y XX, entre Simmel y Weber, Burckhardt y Braudel», escribe Antonio Negri, «la ciudad se había convertido otra vez en polis, en centro imperial. Ahora el espacio y el tiempo destruyen esta centralidad utópica».9 Cada paraíso es un paraíso perdido. Es difícil saber si ‘la ciudad’ realmente tuvo su estatus alguna vez. Lo que está claro es que el mundo contemporáneo está urbanizado como nunca antes. De acuerdo con las estadísticas realizadas por el Urban Age Project de la London School of Economics y la Alfred Herrhausen Society del Deutsche Bank, en el año 1900, sólo el 10% de la población mundial vivía en ciudades, en el 2000, ya era el 50%, y se prevé que en el año 2050 será el 75%.10

El nuevo paisaje urbano es crucialmente diferente del espacio urbano que le precedió. Las ciudades más grandes en 1900 pertenecían a los grandes potencias mundiales: London (6.480.000), Nueva York (4.242.000), París (3.300.000), Berlin (2.707.000), Chicago (1.717.000).11 En el año 2007, el área metropolitana de Nueva York todavía ocupaba el segundo puesto (17.800.000) detrás de Tokio/Yokohama (33.200.000), pero siete de las ocho ciudades del top diez global se situaban en el hemisferio sur.

La ciudad del futuro se parecerá más a Lagos que a Londres. Mark Kingwell, en su libro Concrete Reveries toma una cita de Walter Benjamín, quien otorgó a Nueva York la capitalidad del siglo XX, relevando a París, capital del XIX.

En el cénit de su prominencia, ambas, la Ciudad de la Luz y la Silla del Imperio (© George Washington, 1784) encarnaban y simbolizaban sueños planetarios. Cada época sueña con su sucesora. La destrucción del World Trade Center en septiembre de 2001 cerró la época de supremacía urbana incuestionable de Nueva York. El apagón del nordeste que descendió sobre la ciudad dos años después, representó su réquiem. La economía funciona sobre una autoridad simbólica como los coches lo hacen con gasolina. En unas pocas horas, el comercio mundial se hundió. La zona cero sustituyó a las Torres Gemelas, creando el contexto para la reciente crisis financiera.

El Nueva York del siglo XX  fue el huésped de una forma urbana específica: la retícula. «La disciplina bidimensional de la retícula», remarca Rem Koolhaas en Delirious New York, «creó una libertad inimaginable para una anarquía tridimensional». La retícula dividió Manhattan en bloques manejables, proveyendo pautas objetivas para habitar el espacio urbano, en principio transparente para todas las partes interesadas. Emblemáticamente liberal, la retícula tendió un puente a la antinomia entre libertad y seguridad, estableciendo en el proceso una plantilla para la acción política-conceptual. Una retícula para la experiencia, una plantilla para la existencia. Escribiendo sobre Walter Benjamín, Gertrud Koch remarca: «La retícula ofrece orientación espacial –estructura el espacio de la superficie terrestre en términos de latitud y longitud – pero también contiene fechas clave; un modelo espacial que también determina fronteras temporales».12 La retícula apuntaló el ejercicio real del imperialismo dibujando los mapas para la conquista del mercado capitalista. Por otra parte, también determinaba fronteras conceptuales, dividiendo la investigación académica en especialidades, dividiendo las líneas de montaje en tareas especializadas.

Negri está de duelo por la retícula y sus certezas. Geométrica y plana, horizontal y racional, desde Malevich a Mondrian, la retícula representa el estado político-tecnológico del arte moderno, el cual era un arte disciplinario. Pero como las sociedades de disciplina se metamorfosearon en sociedades de control, la ‘arquitectura de fronteras, muros, puertas y cerraduras dio lugar a la de contraseñas, cortafuegos, encriptación de clave pública, y certificados de seguridad’.13 La cultura moderna, organizada por la retícula (y su sujeto correlativo: el maestro ilustrado), sucumbe a miles de nichos de mercado, batida en crudo por la ‘larga cola’ de Chris Anderson y descompuesta en tribus según las ‘microtendencias’ de Mark J. Penn. La retícula mutó en la web (tela de araña), lo imperial/utópico en lo molecular/heterotópico. La arquitectura de los nuevos medios comienza manipulando pequeñas unidades. El nacimiento, desde las ruinas, del centro negativo, dispara el tiro de gracia. El centro pierde su soberanía.

«El dictador con voluntad de hierro es algo que pertenece al pasado», dijo William Burroughs. «Ahora tenemos otro tipo de regla. No es la ley de uno ni de la aristocracia o plutocracia, sino de pequeños grupos elevados a la posición de poder absoluto por presiones aleatorias, sujetos a factores económicos y políticos que dejan poco sitio para la decisión».14 Hegel escribió que la función de la monarquía consistiría en poner los puntos sobre las íes. Ningún sistema puede blindarse utilizando únicamente sus elementos internos. La función del soberano (lo que Foucault llama la función del autor) era estampar el sello de trascendencia. Los dictadores del siglo XX, capturados en cámaras y conectados por teléfono, subieron la presión.

«La era demandó una imagen», dijo Ezra Pound, «de su propia mueca acelerada». Situado en los cielos de una jerarquía vertical, el dictador con voluntad de hierro conducía y canalizaba la psicología de sus seguidores: el Padre de la Nación. Pero la muerte de Dios, proclamada por Nietzsche a finales del siglo XIX, fue la muerte de la trascendencia; la muerte de la posibilidad de una imagen absolutamente trascendental. La ‘era de los extremismos’ fue una acción-reacción contra la incompletitud del teorema de Gödel y contra el nihilismo de Nietzsche. El modernismo fue una ideología de la reacción, que injertó nuevos contenidos en las formas del pasado (Stalin, el Zar Rojo, Hitler, el Emperador Hechicero) y entonces retrocedió, horrorizado, porque el paciente rechazó el transplante.

La invención de la tecnología digital finalizó ese periodo de delirio ideológico. «Como la Ilustración y la ‘modernidad’ eran cuestionadas cada vez más», escribe Peter Wollen, «un proceso acelerado por el desencanto post-1968, los intelectuales franceses cambiaron sus enfoques basados en el conocimiento por las humanidades, y hacia dominios más especulativos, urgiendo una visión descentralizada de ‘diseminación’, ‘rizomas’ y ‘micro-estructuras moleculares».15 Para sustituir a Stalin y a Hitler están los Enterprise Systems, sistemas computerizados de gestión de contenidos que cruzan las fronteras organizacionales, y actualizan el potencial que tuvo una vez el panóptico.

El poder disciplinar estaba basado en la ansiedad; los prisioneros nunca podían estar seguros de que el vigilante estuviera ocupado. Los sujetos-ciudadanos de hoy en día sí están seguros; ahora los prisioneros se vigilan entre sí. «En la organización de ventas», reporta Richard Senté, «las actuaciones de los representantes pueden ser mapeadas en tiempo real en pantallas de ordenador de oficina o domésticos».16 En vez de un punto centralizado de control imaginario; una red distribuida de globos oculares. En The Future of the Internet, Jonathan Zittrain describe cómo han sido utilizados estos procedimientos por la oficina del Sheriff de Texas para vigilar la frontera mexicana:

El contenido de las webcam se enviaba a una página web pública y se invitaba a la gente a alertar a la policía en el caso de que pensaran haber visto actividades sospechosas. Durante el largo mes de prueba, el sitio web recibió aproximadamente 28 millones de hits… Registró alrededor de 220.000 usuarios, quienes enviaron 13.000 correos electrónicos para reportar actividad sospechosa.17

«La arquitectura», proclamó Mies van der Rohe, «es la voluntad de una época traducida al espacio». La nueva arquitectura del poder se desliza en casas y oficinas, cerrando la puerta para conectarse a un servidor en Moscú, haciendo añicos al individuo a través de la proliferación de ventanas, y sincopando el ritmo de la división público/privado. «Nuestras sociedades», argumenta Manuel Castells, «se estructuran cada vez más alrededor de una oposición bipolar entre la Net y el Individuo».18 En realidad, el Individuo y la Net están cada vez más entrelazados el uno con el otro, en un matriz de lealtades inconscientes y opiniones desenmascaradas.

Los anillos de una serpiente son más complejos que las madrigueras de un topo. El sujeto del poder se convierte en un encantador de serpientes. En el corazón de la web está el spin doctor, acumulando toneladas de poder al operar en red. En vez de Stalin, tenemos a Alistair Campbell, gobernando a los media con el uso de Retículas Downing Street; hojas de cálculo detalladas de movimientos mediáticos. «Estos elaborados movimientos acompasan no sólo los eventos en Whitehall sino todo lo que ocurre en el mundo», reportó Mail on Sunday en junio de 2005, «desde anuncios parlamentarios a conciertos pop. Campbell pretendía sacar ventaja de ellos para pintar al Gobierno con las mejores luces».19  El spin doctor pinta con el ciclo de noticias; ‘Arte+Política= Poder’,  garabateaba Hitler en una escena de la película Max(2002), mientras la luz se desvanecía al fondo. Ya no es una cuestión de tener poder o incluso de encarnar el poder («Yo no soy la Historia», solía insistir Campbell) sino de emitir poder durante cortos periodos de tiempo; tocar resortes.

9.‘On Rem Koolhaas’Antonio NegriRadical Philosophy154, March/April 2009, p. 48.
10.En la portada del libro de Robert Burdett and Deyan Sudjic, The Endless City, London: Phaidon Press, 2008.
11.Four Thousand Years of Urban Growth: An Historical CensusTertius ChandlerLewiston, NY: St. David’s University Press, 1987.
12.‘Cosmos in Film: On the Concept of Space in Walter Benjamin’s “Work of Art” Essay’Getrud KochWalter Benjamin’s Philosophy: Destruction and Experienceed. Peter Osborne and Andrew BenjaminManchester: Clinamen Press, 2000p. 207.
13.‘Network Fever’Mark WigleyGrey Room, No.4, 2001p. 2.
14.‘No More Stalins, No More Hitlers’William S. BurroughsDead City RadioIsland Records, 1990
15.‘JLG’Peter WollenParis Hollywood: Writings on Filmp. 80.
16.Ver también:‘They’re Micromanaging Your Every Move,’Simon HeadNew York Review of Books16 August 2007
17.The Future of the Internet and How to Stop ItJonathan ZittrainNew Haven: Yale University Pressp.209
18.The Rise of Network SocietyManuel CastellsBlackwell, 2000p.3.
19.‘How Campbell worked his spin,’Mail on Sunday27 July 2005www.dailymail.co.uk
III. Ciudad parque temático

En 1967, Marshall McLuhan observó: «la ciudad ya no existe más, sólo es un fantasma cultural para los turistas».20 Esta afirmación provee una concisa fórmula general para la binomio más poderoso en la teoría urbana contemporánea: el turista y el parque temático.

En su ensayo ‘The city in the age of touristic reproduction’, Boris Groys rastrea al turista hasta la Crítica del juicio, de Kant antes de alinearlo a vista de satélite. En el mismo ensayo argumenta que el parque temático es más primario:

La arquitectura urbana de hoy ha empezado a moverse más rápido que sus espectadores. Esta arquitectura está casi siempre ahí antes de que el turista llegue. En la carrera entre turistas y arquitectura es ahora el turista quien pierde. Aunque el turista está aburrido de encontrar la misma arquitectura en todos los sitios a los que va, también se asombra ante el éxito de un tipo de arquitectura que ha conseguido alzarse en una gama tan amplia y dispar de localizaciones culturales.

El parque temático llega primero, porque es definitivamente inmaterial; el poder que emana es definitivamente virtual. El poder de lo virtual.

Llega incluso antes que la ciudad misma. En Delirious New York, Rem Koolhaas argumenta que la idea del parque temático estaba inserta en el ‘Manhattanismo’ desde el principio, fluyendo a través del East River desde la ‘fetal’ Coney Island de Manhattan, a través de la ‘tecnología de lo fantástico’ que promovió. De una isla a otra, esta tecnología se dirigió hacia el cierre y limitación del espacio.

Este es el paseo mortal de los nuevos medios. En marzo de 2009, Eric Lawrence, John Sides y Henry Farell, de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad George Washington, publicaron una investigación que demostraba que los autores de blogs tendían a enlazar con su familia ideológica y los lectores de blogs gravitaban hacia los que reforzaban sus propios puntos de vista. Las dos partes del espectro ideológico habitaban sus grandes capullos enclaustrados de consonancia cognitiva, creando, por lo tanto, muy poca oportunidad para un intercambio sustancioso entre partisanos o líneas ideológicas. Internet está creando un mediarchipiélago. El mundo se hace global fragmentándose en esferas, enlazadas por canales específicos de control de red, cuyas membranas proliferan para dejar el entorno encerrado en sí mismo.

20.Es un concepto recurrente en la literatura.
Michael Sorkin:«Finalmente, este nuevo reino es una ciudad de simulacros, una ciudad-tv, una ciudad como parque temático».
Mark Kingwell:«El tiempo de supremacía urbana incuestionable se ha terminado; Nueva York  ya no es más una incubadora de sueños, se convierte ena colonia espectral, en un parque temático imperial».
IV. Hacia una arquitectura red

El movimiento moderno propuso una estrategia en contra del parque temático: el criticismo. Pero hay dudas de que éste retenga todavía su dinamismo. «La verdad», dijo Rem Koolhaas al Spiegel en 2008, «es que el retorno constante de la fatwa de Disney dice más sobre la estancamiento de la imaginación crítica de Occidente que sobre las ciudades del Golfo».21 En Montreal, 14 años antes, Koolhaas era todavía más explícito: «El problema con el discurso predominante de crítica arquitectónica es la incapacidad para reconocer que las motivaciones profundas de la arquitectura […] no pueden ser críticas».22 La motivación más profunda de la arquitectura es performativa. En un ensayo reciente, Marion von Osten, cita a un guía turístico anónimo refiriéndose a las maneras en que ‘los espacios públicos, arquitectura e interiores habían sido apropiados por la gente’ en la Casablanca poscolonial.

«Todos somos ingenieros», decía aquel hombre, «todos somos arquitectos. Si tenemos una estructura básica o un pedazo de tierra, simplemente comenzamos a construir».

Van Osten comenta: «Esto marca un tipo de relación con el propio entorno que ha sido casi olvidada en las sociedades occidentales: que todos somos arquitectos».23

Somos arquitectos en un entorno de «ecologías red, una serie de sistemas codependientes de mitigación ambiental, organización de uso de la tierra, comunicación y entrega de servicios […] producidos por la tecnología, leyes, presiones políticas, deseos disciplinarios, reservas ambientales y otra miríada de presiones, atados por mecanismos de retroalimentación».24 La arquitectura es un sistema inmanente, que opera a través del discurso, inscrito en los cuerpos, cambiada  a través de un matriz de palabras clave y protocolos, abriendo canales y a la vez estrangulándolos. «Las ecologías de red», escribe Varnelis, «encarnan la forma dominante de organización hoy, la red, redes que pueden ser telemáticas, físicas e incluso sociales».25 Varnelis identifica a One Wilshire, eje de comunicaciones por cable en el centro de Los Angeles, como el avatar arquitectónico de la matriz global contemporánea.

«La forma de One Wilshire no importa», escribe Varnelis, «lo que importa es cómo ha sido programado».

20.‘An Obsessive Compulsion Towards the Spectacular’Rem KoolhaasDer Spiegel18 July 2008www.spiegel.de

Daniel Miller es filósofo y escritor.